
Tiene 103 años. Herminio Pérez Abreu, presidente municipal de la ciudad, ordenó su construcción y, muy conveniente, eligió un terreno de 30 mil metros cuadrados frente a su casa. Era el espacio de lo que nunca fue un hipódromo, pero sí la sede del club España, en el que jugaron famosos de la época, como Horacio Casarín, máximo ídolo mexicano a mediados del siglo XX.
Con este parque se celebró el centenario de la Independencia y fue abierto el 21 de septiembre de 1921. El diseño corrió a cargo del arquitecto José Luis Cuevas, padre del artista plástico. En su lado poniente se alza el monumento en forma de una mano abierta con el que los exiliados españoles rindieron homenaje a Lázaro Cárdenas por haberlos acogido durante la Guerra Civil.
Hay un ahuehuete famoso, sembrado el día de la inauguración. Oculto, casi perdido, por otros árboles, al pie de él se han depositado las cenizas de su creador, de su hijo, el escritor José María Pérez Gay y de otros miembros de esta familia. Y lo que nunca se terminó fue la estatua en honor a la reina Isabel la Católica, sólo se puso la primera piedra. Tampoco funcionó el hipódromo, cuyo óvalo es hoy la avenida Ámsterdam.
Es de los pocos con una biblioteca pública, la Carlos Fuentes, una bendita moda que se repetía en los parques capitalinos en los años 50.
Hoy, la realidad es otra. Es “el parque de los perros”. Uno de los primeros en tener composteros. La fuente está vacía y sucia, descuidados los jardines, con basura las veredas, inservibles los juegos infantiles.
Sólo queda la memoria de un parque que fue hermoso, abierto por funcionarios de España y México, vestidos de frac y sombreros de copa.
El espacio está invadido por “paseaperros”. Todo cambia y no siempre para bien...