
Hubo una vez un torero... Lo llamaban “El Califa de León”. De rostro serio, cejas tupidas, esbelto y carácter adusto, Rodolfo Gaona fue la figura taurina de los años 20 en México y España. De estilo elegante y pulcro en los ruedos, creó la “gaonera”, un pase por detrás con el capote, y del “centenario”, una suerte igual, pero con la muleta. Debutó en el Toreo La Condesa, terreno que hoy ocupa el Palacio de Hierro, en la colonia Roma.
Ganó dinero a raudales, tanto, que mandó construir, entre 1922 y 1925, una unidad habitacional de lujo en la antes exclusiva avenida Bucareli, frente al reloj chino y la Secretaría de Gobernación. Veintitrés departamentos para la aristocracia mexicana. Allí vivió Juan Orol, aquel actor español de sombrero ladeado.
El bello inmueble de estilo neoclásico, con fachada de cantera y tezontle, decorado con mosaicos que muestran a virreyes y escudos de algunos estados, es considerado hoy con valor artístico e histórico por el INBA, desbordaba lujo por todos lados. Hasta en sus 40 accesorias, muchas ocupadas hoy por refaccionarias automotrices.
El célebre lidiador, quien falleció de un paro cardiaco en el Hospital Español, en 1975, le puso su nombre: “Casa Gaona”. Y tras su fallecimiento el inmueble quedó intestado, a la suerte de vivales, vagos e invasores. Ha quedado en abandono. Actualmente, los balcones están destrozados y sus interiores invadidos de grafitis.
Gaona fue uno de los más importantes toreros en los contextos de la tauromaquia en México. Fue el primer mexicano en pisar fuerte en España, compartiendo lugar con Miguel Espinosa “Armillita”, Carlos Arruza, Manuel Capetillo y Manolo Martínez.
Desde hace muchos años, el mago Chams tiene un local en una de sus accesorias, pero ninguna de sus magias ha logrado salvar esta propiedad, donde alguna vez, en uno de sus balcones, Gustavo Díaz Ordaz dio un discurso cuando era candidato a la Presidencia. Paradójicamente, Casa Gaona sirvió de refugio a muchos estudiantes perseguidos en la masacre de 1968.
Pasó de la aristocracia al abandono. En el recuerdo sólo queda la imagen del Califa de León que compartía cartelera con otros “monstruos” taurinos de la época.
Así es la vida. Nada dura para siempre. Ni el dinero ni la fama. Como reza un verso de Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre el mar”.