Al entrar, lo primero, era comerse un algodón de azúcar, un chicharrón con chile, limón y sal o un raspado de grosella, limón o tamarindo. Luego, era obligado ir a la estación art decó, construida de una sola pieza de concreto, y subirse al trenecito, inaugurado en 1929. También comprar un globo, o una pasta para hacerlos, un rehilete o un jabón para soplar burbujas. Eran los años 50.
Y, entonces, sin que asomara cansancio, había que recorrer el zoológico, ideado hace 102 años por el biólogo Alfonso Luis Herrera, inspirado en el de Roma. Era el paseo dominical por excelencia.
Imperdible, el show de los elefantes con Johny, un entrenador gringo. Jalaba multitudes. Hoy es sólo un recuerdo. Tampoco están los osos polares, la morsa, el orangután, el gorila…, aunque se mantiene con éxito un programa de protección a especies en peligro de extinción, como Xin Xin, el panda de 35 años, los cóndores de California, los lobos mexicanos, el conejo de los volcanes, jaguar, loro de pico grueso, pavo ocelado, ajolotes y la tarántula de rodillas rojas.
Y ya, casi de salida, había dos formas de rematar la excursión de todo un día: una, ir a la pequeña glorieta, cerca de la estación ferroviaria, donde alquilaban caballos, chivos que jalaban carritos, bicicletas o triciclos con forma de avioncitos de madera. Uno daba vueltas a la diminuta rotonda hasta marearse. Era un sitio tan famoso, que Tin Tan lo incluyó en su película El rey del barrio. Y dos, remar en el lago, donde alguna vez nadó Porfirio Díaz, y que, en los años 20, fue balneario público.
Hoy, son sólo recuerdos. El trenecito dejó de circular, tras 70 años, y la estación es el Museo de Fauna Silvestre y Medioambiente. Sin embargo, en la segunda sección hay un espacio donde se exhibe la máquina original para tomarse la selfie.
En fin, Chapultepec, por sus manantiales y minas, ahuehuetes y grillos, ha sido vida para todos los habitantes del Valle de México. Ha sufrido cambios, lo han modernizado y ampliado. Pero quizá lo mejor es que no se ha perdido la tradición de los algodones de azúcar, los chicharrones con chile, los helados y aquello que nadie podrá quitarnos: los recuerdos de nuestra niñez en ese añoso bosque.
Chapultepec fue y será siempre bello, en medio de una ciudad que se deshumaniza.