En febrero celebramos el amor, pero también la amistad. ¿Quién podría ser feliz sin amigos?, se preguntó Aristóteles. Los necesitamos en la juventud, madurez y vejez. ¿Les cuento algo? Yo tengo la fortuna de frecuentar cada semana a mis amigos más cercanos de preparatoria.
Imaginemos la posibilidad de vivir en una isla paradisíaca. Playas de finísima arena blanca y mar turquesa, comida exquisita, todo el lujo a nuestro alcance. Pero con una condición: no podríamos tener amigos con quienes compartir. ¿Aceptarías vivir en un lugar así sin ellos?
La pandemia nos enfrentó con una situación parecida. Durante el aislamiento por covid-19, además de los muertos, lo que más dolió fue la imposibilidad de convivir cara a cara con nuestros amigos.
Buscamos alternativas. Las computadoras se convirtieron en ventanas al mundo. Zoom se transformó en una sala de estar. Algunos organizábamos reuniones diarias con amigos en línea. Fue una manera de resistir, de mantener vivo el espíritu de la amistad.
Hoy, las redes sociales son otro espacio de convivencia. No debemos temerles. Estas plataformas nos permiten conectar con personas que de otro modo veríamos poco. Sin embargo, debemos ser precavidos. Los amigos de nuestras redes rara vez lo son en el sentido profundo de la palabra.
La amistad auténtica implica mucho más que un “like”. Supone ayuda mutua, compañía física en las situaciones difíciles y alegrías compartidas. Las redes sociales acarrean un riesgo: dedicar tanto tiempo a quienes están lejos y olvidemos a quienes tenemos cerca. A veces, chateamos con un amigo e ignoramos a quien está bebiendo café junto a nosotros. Sacamos fotos para Instagram de una cena, pero dejamos de disfrutar el momento que capturamos.
Febrero nos invita a celebrar la amistad. No sólo en redes sociales, sino también en la vida real. Un café compartido, unos tacos en una esquina, un chiste improvisado, un abrazo efusivo son maneras de celebrar el mes de la amistad.