En la panza de una ballena
Imagina 33 elefantes juntos. Son 180 toneladas, lo que pesa una ballena azul antártica. Son como tres camiones en fila. Este cetáceo mide 29 metros de largo y es el animal más grande de nuestro mundo. Lo decimos porque el 24 de julio se celebra el Día Mundial de las Ballenas. Se conmemora para evitar su caza, pues ha estado al borde de la extinción.
Las ballenas han inspirado la imaginación humana durante siglos. En la versión Disney de Pinocho, una se traga al niño de madera, aunque en el cuento original de Collodi (1881), el monstruo marino era un tiburón gigante. Las mil y una noches no se quedan atrás. Durante su primer viaje, Simbad el Marino desembarca en un islote y prende una fogata. De repente, la isla sacude al molesto visitante. Se trataba de una enorme ballena dormida. Y tampoco olvidemos al profeta bíblico Jonás, quien pasó tres días y tres noches en el vientre de un gran pez o ballena, según algunas traducciones. Allí adentro tuvo tiempo para decidirse a escuchar los mandatos de Dios.
Durante los siglos XVII al XIX, las ballenas fueron cazadas por su grasa, su carne y su aceite. El aceite de esperma del cachalote era el oro líquido de la época: servía para iluminar lámparas, engrasar maquinaria y hasta para fabricar jabón. Y no, el esperma nada tiene que ver con semen. El de la ballena proviene de una sustancia llamada espermaceti que se encuentra en la cabeza del cetáceo. La novela Moby Dick narra la dura vida de los balleneros y la obsesión del capitán Ahab, quien desea vengarse de la ballena blanca que le arrancó una pierna.
Actualmente, la caza está prohibida en la mayoría de los países, aunque Japón, Noruega e Islandia mantienen cuotas. Comunidades originarias como los inuit conservan el derecho a cazar de manera tradicional.
Cada año, decenas de ballenas viajan desde el Ártico hasta Baja California Sur. Uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue ver de cerca, unos segundos, a una ballena desde una lancha.
Compartir
