Gabriela Jiménez

Gabriela Jiménez

Sexo, sin lágrimas y sin pudor

¿Quién hace el mal?

Todos los días escuchamos y vemos en las notas periodísticas historias de abuso, violencia y denigración del ser humano. La dignidad como derecho se ha ido perdiendo y pareciera que sólo aquel que tiene más poder es quien puede sobrevivir. Invariablemente, convivimos con un grupo de personas sin formación en valores o en ética, también con un porcentaje de psicópatas e individuos que presentan dificultad para gestionar sus emociones y tener controlada sus explosiones de ira.

Pero también cohabitamos con los indiferentes, quienes causan mucho más daño. Son aquellos que, pese a ver, oír o convivir con alguien que perjudican o violentan a otros, deciden callarse y darle la espalda a lo evidente.

¿Por qué lo deciden? Porque se ha aprendido a justificar el mal con la necesidad de autoprotegerse. Piensan: “¿Para qué denunciar si esto puede ocasionar problemas?, ¿para qué intervenir si esto puede llevar a tener altercados físicos, verbales o incluso legales?”.

Si vemos a una mujer siendo violentada, es mejor tomar otro camino; si se sabe del abuso a un menor o anciano, es preferible no meterse en la educación o los problemas de los otros; si se sabe de actos violentos en el trabajo, es mejor callarse para evitar sanciones administrativas por ser revoltosos o chismosos. Sin darse cuenta, o peor aún, siendo conscientes, la omisión también es una forma de violencia.

Se ha aprendido a callar. Claro, siempre es importante tener una postura de denuncia y rechazo a la violencia, pero desde lejos, porque cuando toca hacer algo para defender o evidenciar el maltrato desde casa o el entorno cercano, es más fácil ver hacia otro lado.

Es fácil decir que somos buenos, lo difícil es serlo.