Aunque al gritar puede parecer que se resuelva el tema casi de forma inmediata, el niño no entenderá porque su cerebro está en modo estrés y, de esa manera, es imposible que ponga atención, que sea receptivo y aprenda del error. Repetirá una y otra vez eso que quieres corregir.
Los padres somos el modelo, y la forma en que nos autocontrolamos es la norma. Si eres mamá o papá gritón, no te sorprendas si tu hijo adopta también esa conducta.
Cuando gritas, tu hijo siente miedo e inseguridad, su cerebro entiende que está en peligro y se prepara para luchar o huir. El cerebro no hace diferencias entre si lo está persiguiendo un león o si su papá o mamá están gritando.
¿Podrías resolver un problema matemático mientras te está persiguiendo una fiera, o recordar lo que te está pidiendo tu pareja? Por eso los niños que viven en un ambiente de gritos comienzan a tener dificultades para prestar atención, olvidan sus cosas y no pueden aprender de la misma manera que lo harían si viven en un entorno tranquilo y seguro.
Cuando gritas, tu hijo siente miedo, además de que se afecta su autoconcepto y autoestima. Así que, sea cual fuere la situación que te saque de tus casillas, trata de hacer un alto, respirar y pensar antes. Si hablas con respeto y en un volumen apropiado, tu hijo se sentirá seguro, comprendido y entenderá que tú llevas el control de la situación.