Poner al hombre en la Luna fue una hazaña histórica. Por supuesto, no fue fácil. Se necesitaron ocho años de planeación, cuatro misiones tripuladas y la presión de una Guerra Fría para lograrlo. Finalmente, en 1969, Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins pasaron a los libros de historia como los primeros hombres en pisar nuestro satélite natural.
¿Y luego qué paso? Los tres astronautas históricos tuvieron que regresar a la vida cotidiana. Se sabe que los tres padecieron, en mayor o menor medida, episodios depresivos. Armstrong, por ejemplo, experimentó una profunda depresión al dejar de encontrarle sentido a su vida. Luego de pisar la Luna, ¿qué más le faltaría por hacer?
Pienso que nos pasa algo similar, aunque menos dramático, con la llegada de enero. Las fiestas de diciembre terminaron. El espíritu navideño se apagó. Un nuevo año nos obliga a empezar desde cero. Todos nos desanimamos cuando llega el momento de cumplir nuestros propósitos. Estamos tristes.
Tampoco importa que nos sintamos cansados. Hay que pagar las cuentas. Todo es perfecto cuando llega el aguinaldo, pero luego vienen las deudas, el regreso a clases, la inflación. El dinero se va tan pronto como llega y la cuesta de enero nos impide disfrutar los primeros meses del año. Aquí es donde resuenan datos como que, según el Inegi, 56.1 por ciento de los mexicanos no puede asegurar su futuro financiero.
Pero los nuevos comienzos no tienen por qué ser necesariamente lúgubres. Son tediosos, es cierto, pero basta con mirar atrás para apreciar cuántos comienzos hemos iniciado y concluido. No podemos olvidar que estos también son tiempos de renovación.
Desde mucho antes de que el cristianismo llegara a Roma, sus habitantes utilizaban estas fechas para celebrar el fin del periodo más oscuro del año y el nacimiento de un nuevo ciclo de luz, del Sol Invictus. Los romanos festejaban con un frenesí lleno de excesos y placeres. Quizá esta última parte la podamos atenuar. Lo importante es estar conscientes de que toda renovación implica volver a recorrer un camino en el que cada vez conocemos mejor las piedras que nos hacen tropezar.