Cuando me comentan que si el cambio climático va a tener efectos sobre nuestro estado de salud mental, mi respuesta es un contundente “sí”. De hecho, no es que esto venga en el futuro, ya lo estamos presentando aquí y ahora.
Y no me quiero centrar en los efectos del ruido y de la luz, o de cómo se dan las acumulaciones masivas en las grandes ciudades, sino, muy simple, pero muy claro, en los problemas que generan las temperaturas altas con nuestro estado de tranquilidad y de equilibrio emocional.
Los datos son concluyentes. Las olas de calor de entre 30 a 35 ºC pueden ocasionar que cerca de 20 % de la población se reporte con niveles más altos de irritabilidad, fatiga y estadísticamente menos productivas. Asimismo, los problemas de la salud mental, como trastornos depresivos y los desórdenes de ansiedad, aumentan entre 5-18 % en su prevalencia en estas poblaciones.
Nos podríamos quedar con las explicaciones simples, como el malestar general que nos da la incomodidad climática, pero hay razones neurobiológicas que nos ayudan a explicar estos movimientos del sistema nervioso central.
Las fallas en lograr un sueño reparador por la dificultad en conciliarlo y mantenerlo toda la noche con pocas interrupciones, cambian el estado de nuestros neurotransmisores.
Las modificaciones en los patrones de luz y horarios hacen que el ritmo de control del hipotálamo se modifique, alteran nuestras hormonas y péptidos generales de cuerpo y del cerebro, y también sustancias básicas como los datos en serotonina y dopamina.
El sistema nervioso autónomo, encargado de las reacciones involuntarias, transforma nuestra regulación de temperatura, sudoración, hidratación, respuestas respiratorias y cardiovasculares. Alteran los patrones químicos en sitios como el sistema límbico que modula el estado de ánimo.