En los llamados “terribles dos años”, empiezan los berrinches infantiles, por dos razones: se dan cuenta que tienen voluntad propia, que pueden decidir y decir “no”, y porque aún no pueden expresar como adultos la frustración, enojo o miedo que alguna situación les causa.
Ante los berrinches, lo más importante es que, como adulto, te contengas y mantengas la calma, que valides la emoción del menor y trates de hacer caso omiso. Sólo vigila que no se lastime ni él ni a otros.
En ese momento no sirve de nada tratar de explicarle lo que está haciendo mal o lo que no nos gusta, pues no te podrá escuchar. Levantarle la voz o reprenderlo tampoco es una solución. Puede empeorarlo y hacer que te enojes más y pierdas el control. Aun cuando te encuentres en una situación incómoda, no cedas con el fin de que este termine. Ceder hará que aparezcan otros, incluso más fuertes, pues tu hijo entenderá que así puede conseguir lo que quiere.
Una vez que el berrinche haya bajado o terminado, platica con él acerca de lo que sucedió, valida y ponle nombre a su emoción, por ejemplo: “Entiendo que te sientas enojado por…, sin embargo, …”.
Así puedes darle alternativas para que se sienta partícipe de la solución que lo frustró, como negociar, por ejemplo: “Qué te parece que, si en lugar de…. hacemos o compramos…”. Y no dejes de abrazarlo una vez que este haya cedido.
Recuerda que los berrinches son su forma de comunicarte, que su emoción lo rebasa y que es una etapa normal del desarrollo que disminuirá de intensidad conforme logre una mayor capacidad de entendimiento.
Si tu hijo se lastima, o lo hace a otros, lanza o maltrata objetos, se pone morado porque deja de respirar durante el berrinche, o ya tiene más de 4 años y los sigue presentando, es importante que consultes a un especialista.