Para manejar nuestras emociones, primero, tenemos que conocerlas, identificarlas y ponerle nombre a lo que estamos sintiendo, para autorregularnos, controlar nuestra conducta e incluso nuestro pensamiento.
Howard Gardner define la inteligencia como el ser capaz de resolver situaciones difíciles con soluciones acertadas, además de inventar y crear cosas nuevas.
La inteligencia emocional se divide en intrapersonal (conocernos a nosotros mismos, saber qué es lo que estamos sintiendo, lograr controlar y regular los sentimientos) e interpersonal (facultad de entender lo que sienten los otros y las habilidades que desarrollamos para relacionarnos con los demás). De acuerdo con Goleman, la infancia es una etapa crucial en el aprendizaje, manejo y control de las emociones.
A muchos de nosotros nos tocó una educación que censuraba lo que estábamos sintiendo, con frases como: “los niños no lloran”, “no te pasó nada”, “las niñas bonitas no lloran”, etc. De esta manera, por las reacciones de los padres, se anula lo que están experimentando los hijos. Esto evita que logren identificar, nombrar y reconocer realmente lo que le está pasando.
Entre más pequeños comencemos a enseñar a nuestros hijos lo que sienten, mayor será su capacidad de adaptarse, comunicarse y desenvolverse en el mundo.
Es importante entender que, aunque existen emociones llamadas “negativas” como la tristeza o enojo, sentirlas no es algo negativo.