Los padres tenemos una especie de “Bluetooth” con nuestros hijos, y aun cuando tratemos de aparentar que estamos felices, nuestro estrés, molestia, indiferencia y enojo son percibidos por ellos.
Nuestro estrés se los genera a ellos, nuestros pleitos de pareja, aunque no los escuchen o vean, les produce ansiedad e incertidumbre, nuestra falta de atención y de mirada, en muchos casos porque estamos muy interesados o pendientes del celular, les causa una sensación de abandono, de no ser vistos y de soledad. Si una de estas situaciones, sola o combinada, pasa, surge en ellos el estrés tóxico.
Se llama así porque genera que se segregue cortisol, la hormona del estrés, y a todos nos hace daño cuando su presencia se vuelve una constante en nuestro organismo. En el adulto se manifiesta en enfermedades, como colitis, gastritis, hipertensión. En el niño impacta su desarrollo cerebral.
Cuando hay violencia, desinterés o abandono, el cerebro del niño se daña, afecta su comportamiento (inseguridad y agresividad), hay problemas de sueño, ansiedad, depresión y dificultades en el aprendizaje.
Principales causas:
- Embarazo no deseado
- Violencia intrafamiliar. (Padres que pelean constantemente)
- Falta de mirada. (Padres absortos por el celular)
- Falta de empatía, es decir, no hay respuesta a las necesidades básicas. (Dejar llorar al bebé al pensar que le está tomando la medida al adulto)
- Amenaza o realidad de abandono. (Decir a los hijos que los van a meter en un internado o que van a dejar de quererlos)
- Disciplina violenta. (Gritos y nalgadas)
Es importante entender que nuestro comportamiento afecta directamente el de nuestros hijos. En cambio, un cuidador cálido colabora no solamente en la parte afectiva, sino también en la cognitiva, capacidad de adaptación y autorregulación que tendrán nuestros hijos en el futuro.
*Especialista en desarrollo infantil