Si bien es cierto que las competencias políticas, donde se disputa el poder con pasión e intensidad, suelen llevar a confrontaciones casi físicas, las elecciones del próximo 2 de junio están planteando una reorganización total de la estructura del poder con la elección de funcionarios para más de 20 mil puestos públicos.
En la frialdad de los hechos, lo que se disputa es, más que el reacomodo de grupos de poder, la configuración de un marco político-ideológico del Estado y de la República, pero dentro del movimiento pendular histórico de conservadurismo-progresismo. Y se pueden utilizar algunos otros adjetivos dentro de este marco de definiciones.
El presidente López Obrador presentó el formato de un régimen populista que ponía punto y aparte al largo ciclo neoliberal que comenzó en 1983 y duró hasta 2018. En su clásico La ideología de la Revolución mexicana, el investigador Arnaldo Córdova -padre de Lorenzo Córdova, del INE-, fundamentó en términos de investigación histórica que este movimiento había sido típicamente populista.
Obregón, Elías Calles y Cárdenas fueron populistas, Ávila Camacho inició el tránsito a la derecha que consolidó Miguel Alemán con la contrarrevolución, Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz fueron de centro-derecha, en tanto que Echeverría y López Portillo movieron el péndulo al populismo.
La experiencia histórica revela que los ciclos pendulares refieren que cada periodo agota los consensos internos y potencia las contradicciones y el movimiento hacia el otro lado ideológico y estabiliza las inquietudes sociales.
También como referente histórico el hecho de que cada ciclo presidencial tiene una vida de dos sexenios: Cárdenas-Ávila Camacho, Alemán-Ruiz Cortines, López Mateos-Díaz Ordaz, De la Madrid-Salinas-Zedillo (el único con tres), Fox-Calderón. Por tanto, los datos revelan que la vida política de López Obrador mismo sobrevivirá otro sexenio.