El arranque del periodo sexenal de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo no causó ninguna sorpresa en cuanto al continuismo del proyecto político definido por el ahora expresidente López Obrador, impuesto en la designación de la candidata de Morena e inclusive en el intervencionismo del Ejecutivo en el proceso electoral.
El inicio de la nueva administración esperaba la definición de un perfil personal de la nueva mandataria, sobre todo en el tema de la definición de género en el ejercicio de la política; es decir, que la sensibilidad de una mujer en la presidencia debiera cambiar un poco el tono del funcionamiento machista del poder.
Sin embargo, la continuidad con matices propios no llegó y la nueva presidenta aplicó el modelo de continuismo de los estilos de AMLO, sobre todo, el mantenimiento sin negociaciones propias de las propuestas más polémicas que están polarizando aún más el desequilibrio sociopolítico del país.
Tendrá que llegar el momento -al menos en la lógica del poder político- en que ella defina su propio proyecto de gobierno, que en los hechos puede ser el mismo de su antecesor, pero que requerirá la construcción de nuevos equilibrios sociales.
El riesgo que se percibe viene de los hechos de que López Obrador hubo de profundizar el autoritarismo presidencialista para lograr objetivos, y su sucesora tendrá que optar entre aún más autoritarismo sin una negociación política que no modifique los objetivos del proyecto de la 4T, o buscar mayores grados de consenso que disminuyan la confrontación social y política.
Para conseguir algún avance en la construcción de un consenso se requiere una oposición que, a la fecha, no existe porque la actual fue producto de su confrontación con López Obrador. Y hasta ahora sólo hemos visto a los mismos opositores que perdieron sin ningún discurso de negociación política que pueda convencer a la nueva mayoría.