Reza un refrán: “Dios siempre perdona; los humanos, a veces; la naturaleza, nunca”. ¿Están de acuerdo?
Perdonar es un acto libre, típicamente humano, complejo. Hannah Arendt, una pensadora alemana, naturalizada estadounidense, decía que es la única manera de neutralizar el pasado.
En el mundo natural, “lo que pasó, pasó”. Los seres humanos no podemos controlar el ayer. Sin embargo, Arendt pensaba que el perdón introduce una cuña en el pasado. Cuando perdonamos, lo desvanecemos.
Perdonar no significa olvidar la ofensa que nos infligieron. Por el contrario, sólo podemos hacerlo cuando reconocemos que se nos ofendió. Implica decir al ofensor que su acción dejó de existir. Hacemos como si aquello no hubiese sucedido.
Perdonar nos ayuda a liberarnos del dolor y del rencor. No negamos lo que pasó, pero decidimos no castigar al ofensor. Así, nos convertimos en dueños de nuestro pasado. El perdón es un acto consciente. No es olvidar, sino elegir que la ofensa tenga poder sobre nosotros.
El perdón no es una obligación. No estamos obligados a hacerlo. Es un acto gratuito, algo que ejercemos por voluntad propia. No siempre es fácil. Y, a veces, puede ser perjudicial tanto para nosotros como para la comunidad. Hay situaciones donde es necesario castigar para mantener la justicia y proteger a los demás. Hay delitos que deben ser castigados.
Por ejemplo, si alguien comete un crimen grave, perdonarlo puede sugerir que no estamos tomando en serio el daño que causó. En estos casos, castigar puede ser necesario. El castigo puede servir para mostrar que ciertos actos son inaceptables y tienen consecuencias. Esto puede ayudar a prevenir futuros daños. Además, el castigo es un llamado de atención. Sin él, el criminal difícilmente reconocerá la maldad de su acción.
Hanna Arendt, quien no era cristiana, pensaba que Jesús fue el gran maestro del perdón. ¿Cuál es la medida? Perdonar es querer que Dios perdone nuestras faltas.