Un monumento que no lo era
Cuando Porfirio Díaz era presidente, en 1897, quiso que se construyera un Palacio Legislativo grandioso, enorme, suntuoso y apantallador. Recuerda que ahí es donde se reúnen los diputados y senadores; es decir, los representantes de la ciudadanía, para discutir, modificar o crear las leyes que nos rigen.
El caso es que lanzó una convocatoria internacional para la realización del proyecto de lo que sería la sede de las cámaras de diputados y senadores. Muchos arquitectos respondieron a la convocatoria. Entre ellos, destacaba Adamo Boari, quien luego construyó el Palacio de Correos y el Palacio de Bellas Artes.
Total que en la selección, medio oscura y medio parcial, le dieron el proyecto al arquitecto francés Emile Bernard. Porfirio Díaz colocó, en 1910, la primera piedra de lo que sería ese edificio, pero luego de que armaron la estructura estalló la lucha revolucionaria. Entonces se suspendió la construcción por falta de recursos, o sea de dinero, y se quedó sólo en eso.
Así que la estructura del que iba a ser uno de los edificios más suntuosos de la ciudad, permaneció inutilizada durante muchos años, y por ese motivo se fue desmantelando. Le quitaron las naves laterales y hasta llegaron a pensar en demolerlo. Pero para evitarlo, al arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia se le ocurrió que se podía aprovechar parte de la estructura de la cúpula del frustrado Palacio Legislativo, para convertirla en monumento a la entonces recién concluida Revolución Mexicana. Al gobierno no le pareció mala idea y aquellos cimientos, fueron transformados en monumento, desde 1938.
Después que armes el tuyo, a lo mejor se te ocurre una forma de convertirlo en Palacio Legislativo. Sólo sigue las instrucciones.