¡Vete a tu recámara!
A mí me gusta recordar. Y una de las cosas que más recuerdo es a mi abuelo sentado en el sillón más cómodo de la sala, leyendo el periódico, o viendo el futbol por televisión, mientras le gritaba al árbitro, cosas que pude entender hasta que crecí.
Pero también lo recuerdo en ese mismo sillón, rodeado de todos nosotros que éramos sus nietos, mientras él contaba una leyenda de aquellas que le habían dado nombre a alguna calle, en la que, al final, inevitablemente había un fantasma.
La sala de la casa, se convertía, entonces, en un montón de niños abrazados entre sí con los ojos muy abiertos, tratando de descubrir al fantasma de la historia en alguno de los rincones.
En la sala, también se destapaban los regalos en la Navidad. Y hacia ella, corríamos en la madrugada del Día de Reyes para descubrir lo que nos habían traído.
La sala es como el alma de la casa.
Donde recibimos a las visitas, donde hacemos las fiestas, donde visitamos a la novia.
Las salas son de tres piezas: un sofá, que es el sillón grande, un love seat, o algo así como el sillón del amor, que es para dos personas y el sillón, que es individual, como el de mi abuelo.
Ahora hay quien hace su sala con sólo dos sillones, o un sofá y dos sillas, en fin… de acuerdo al gusto de la persona que ahí viva. Para mi abuela, una mesa de centro era indispensable. Ahí podía colocar agua de limón o café y hasta galletas, para que las pláticas fueran más sustanciosas.
Las salas pueden ser de piel, tela, o hasta de aire. Bueno, puedes tener sillones de plástico inflados con aire…
Lo padre es que ahora aquí tienes una sala, a la que le puedes poner el tapiz que quieras y formar, si quieres, con dos sillones, para tus dos abuelos.
O con dos sofás, para cuando venga a visitarte la familia que vive lejos y no haya dónde se queden. O quizá con… Mejor arma tu sala y luego cuéntame todas las cosas que ocurren ahí.