En ocasiones
se confunde el término “violentar” (lastimar) a los hijos con ponerles
límites. Y es frecuente que se
presenten casos donde hay pocos o nulos límites, o los que hay son muy
flexibles, y causan una severa dificultad para la interacción familiar, pues
generan culpa, enojo, descontrol y baja autoestima, tanto en los niños como en
los papás.
El crecer
sin límites genera en los infantes, por ejemplo, un total descontrol; no
aprenden a controlar la manifestación de sus estados de ánimo, su conducta y comportamiento. Muchos infantes creen que
pueden hacer lo que quieren y, aparentemente, tener el control de la situación;
sin embargo, esto, aunque no se diga, puede generar culpa y un sentimiento de
total descontrol.
En los
padres se genera incertidumbre, porque saben que el comportamiento de su hijo
está mal, pero desconocen de qué manera poner un freno. Perciben la educación
que dan totalmente diferente a la que recibieron ellos cuando eran niños. Se
sienten culpables si marcan límites, ya que piensan que sus hijos deben vivir
de manera diferente a la que ellos vivieron, ser más permisivos, no ser “malos
padres”, llenar a los hijos de todo aquello que los papás quisieron tener de
pequeños.
Es cierto
que la educación cambia a través de las generaciones, pero lo cierto es que en
la actualidad se ponen límites muy flexibles, sobre todo por la influencia de
nuevas corrientes educativas que hablan de no generar frustración en los
chicos. Esto les lleva a crecer sin aprender a tener tolerancia a la frustración,
a ser respetuosos con los demás, a socializar; en una palabra, para aprender a
adaptarse al mundo. Cuando los hijos viven creyendo que el mundo tiene que
adaptarse a ellos, esto genera, a la larga, adolescentes y adultos engreí-dos,
prepotentes e intolerantes.
Los extremos
no son sanos: límites demasiado rígidos o demasiado flexibles, causan, al
final, el mismo daño.
Lo ideal es
poner límites que estén de acuerdo a la edad y el tipo de familia. Los límites
deben ser establecidos antes de que se defina la conducta.
También es
muy importante tener en cuenta que hay una diferencia considerable entre los límites y la violencia. Cuando
hablamos de límites, nos referimos a una norma que se debe hacer por algo en
específico: cuando es violencia, es imponer una norma sin tener un objetivo
claro. Los límites buscan un bienestar, la violencia está basada en un capricho
o en lastimar a la persona.
Si tienes
duda de cómo fijar límites, o de estos si son demasiado rígidos o flexibles,
puedes comunicarte al Centro Nacional de Diagnóstico para las Enfermedades
Emocionales. Llama, gratuitamente, al 01800 911 66 66, opción 3, y con gusto
podremos orientarte y ayudarte a que la educación de tus hijos sea sana para ti
y ellos.
Con información de la Psic. Citlali Olmos