Por lo general, llamamos “melancólico” a quien tiene el ánimo decaído, desinterés en las actividades diarias y parece ser inmune a las más grandes y pequeñas alegrías. Hoy, conocemos la fuerte relación entre estado anímico y salud corporal. La neurología y la psiquiatría trazan una línea entre un estado de ánimo alicaído y una depresión clínica. Es decir, pueden determinar cuándo es necesario ayudar a nuestro cuerpo con algún antidepresivo o ansiolítico y acudir a terapia, y cuándo se trata solo de un estado de ánimo “tristón”. Por suerte, contamos con mejores herramientas para enfrentarnos a la depresión clínica.
En la Grecia antigua, el cuidado de la salud se basaba en el equilibrio de humores corporales: bilis amarilla, bilis negra, sangre y flema. Según esta teoría humoral, el exceso o detrimento de uno u otro generaba fiebres, vómitos, convulsiones o sangrados. Galeno, médico griego del Imperio romano, retoma esta teoría humoral y relaciona el malestar generalizado y la aversión por las cosas más queridas a un incremento de bilis negra. Es decir, afecciones físicas, malestares anímicos. La teoría humoral va ligada con tipos de temperamentos. La sangre estaba asociada al temperamento sanguíneo; la bilis amarilla, al colérico; la flema, al flemático; y la bilis negra, al melancólico. De ahí la expresión “humor negro” para hablar de una risa amarga y depresiva.
En el Renacimiento, se popularizó la teoría del macrocosmos y microcosmos: cada humor podía tener un astro relacionado a él. En el caso de la melancolía, Saturno era su planeta. Además, se relacionó la melancolía con el genio y la destreza mental. Así, quienes eran influidos por Saturno, solían ser intelectuales que entre más se dedicaban a resolver problemas teóricos, menos se interesaban por su cuerpo, su aspecto y la vida terrenal. Por ello, era común que se mostraran huraños, taciturnos y débiles.
¿Ustedes se encuentran bajo el influjo de Saturno?
Sapere aude ¡Atrévete a saber!