A decir verdad, no es que me gustara jugar el puesto de cancerbero; en realidad, era el que estaba libre y yo, con tal de participar, lo tomaba. A veces, para mi mayor satisfacción, me tocaba ser parte del ataque. Pero me acostumbré a defender la portería y aprendí mucho al ocupar ese puesto aquí y allá. Como resultado natural, obtuve reconocimientos. Pude seguir y aprender de porteros famosos: Blasco, Urquiaga y Sangenís, entre otros. Recuerdo haber grabado en mi mente lo que estos señores hacían en la portería. Entonces, tendría yo como 10 años cuando rondaba el parque Asturias en busca de alguna barda desladrillada, un hueco o algún aficionado que me pudiera ayudar a entrar y, alguna que otra vez tuve suerte y pude ver a esas grandes glorias. Recuerdo no haber perdido detalle alguno de sus errores, impresionantes atajadas, actitudes y hasta los uniformes que portaban. Mis compañeros de llano me alentaban a que pidiera alguna oportunidad y probarme, aunque todavía mi edad era corta. Decían que, si no fuera tan chico de edad, me llevarían con el Peque Sánchez, quien se dedicaba a armar equipos e incluso los entrenaba, pero a partir de los 14 años. Me empeñé en conocerlo y más creció mi curiosidad cuando supe que era reconocido por ayudar a los jóvenes futbolistas, sin afán de lucro. El Peque Sánchez era oriundo de España y dueño de una vidriería de la Ribera de San Cosme, colonia aledaña a la San Rafael, donde nací en la Ciudad de México. Su primer equipo fue el Oviedo que destacó en el futbol amateur. De allí surgían jugadores al profesionalismo. Para mi suerte, un día llega a manos del Peque una invitación a un torneo de cuarta fuerza infantil, a partir de los 11 años. Así que acudí y una larga fila de niños esperaba ser seleccionado. Al llegar al frente dije mi edad (10 años), y no fui admitido. Me pidieron regresar cuando tuviera los 11 cumplidos. Entonces pensé que esa oportunidad no llegaría más.
(Continuará)