La prostitución es intercambiar sexo por otros beneficios; pero en la concepción más común, es solo por dinero. Esta actividad ha sido vista como denigrante y perjudicial para la sociedad.
Hay muchas posturas en contra y a favor de ello; sin embargo, debemos reflexionar acerca de que la etiqueta de “prostitución” va más cargada a una serie de ideas preconcebidas, y a que se considera una actividad “mala”.
Si en el sentido estricto prostituirse es hacer un intercambio de dinero, bienes o favores por una relación sexual, ¿qué pasa cuando esto sucede en otros espacios fuera de la calle? Por ejemplo, en las oficinas: si una mujer u hombre deciden aceptar la propuesta sexual del compañero o jefe a cambio de un puesto, un auto o dinero, ¿ustedes adjudicarían todos los adjetivos que harían con una sexoservidora que llega al mismo acuerdo en la calle?
Tal vez emplearían un adjetivo que empieza con “p” y termina con “a”, pero no dirían: “son un mal ejemplo para los niños”, “son actividades que solo se dedican a la trata”, “son fuentes de enfermedades y degradación social”, “son asaltantes y secuestradores”, en fin, todo aquello que se añade a la venta de tiempo y renta momentánea de un cuerpo.
Sea en la calle o en una empresa, el acuerdo es el mismo y debemos respeto a las personas que deciden cómo vivir, en qué trabajar, en qué ocupar o no su cuerpo, así como el beneficio que obtengan de él. Es un asunto personal.
Entendamos que me refiero a la decisión que toma un adulto en pleno uso y ejercicio de sus facultades físicas y mentales.
Si hay algo que falta para que este país cambie, es el respeto a la diferencia de ideas, gustos y albedrío.