El mánager de un equipo de beisbol se parece, y en mucho, al director de una orquesta sinfónica.
Es el que lleva la batuta, la pieza clave en cada partido, sobre todo cuando se trata de un juego apretado, de esos en los que la amargura de la derrota o el júbilo de la victoria dependen de las decisiones que tome el timonel.
De acuerdo con una de las tantas frases ingeniosas y sentencias sabias del extinto Pedro “Mago” Septién, la victoria en esa clase de partidos con sabor a drama y no “apto para cardiacos”, la logra el timonel que hace los cambios en la loma de los disparos “ni un lanzamiento antes ni uno después”.
Eso, exactamente, fue lo que hizo el “Chapo” Vizcarra, mánager de los Tigres de Quintana Roo, cuando en la “fatídica” séptima entrada, con hombre en tercera y solo un out, los Leones de Yucatán parecía que empatarían el juego para colocarse en la posibilidad de darle la vuelta a la tortilla y coronarse en la Zona Sur.
En esa situación de inminente peligro, el “Chapo” se la jugó: adelantó vísperas y ni un lanzamiento antes y ni uno después, llamó a su cerrador estelar, el dominicano Ramón Ramírez, para pedirle que, jugando en patio ajeno y en medio del griterío de los aficionados que llenaron el parque, cerrara la cortina y mantuviera la ventaja para ser ellos, y nadie más, los reyes de la Zona Sur.
El relevo del dominicano fue épico, pues subió a la loma de los disparos y logró, no los 3 outs que, ordinariamente, se les pide a los cerradores, sino 8, los que a base de control y velocidad, alcanzó contra los bateadores de los Leones de Yucatán, que estaban crecidos, seguros de que repetirían la hazaña de ganar la serie del campeonato después de perder los tres primeros juegos, como hace tiempo lo hicieron ante los Olmecas de Tabasco.
Así, el “Chapo” y sus Tigres ofrecieron una hermosa y beisbolera sinfonía con la que se coronaron en su competitiva zona.