La historia, en cuanto maestra de la vida, nos presenta la oportunidad de consultar uno de los capítulos más amargos de nuestro acontecer nacional, con motivo del próximo centenario de la “Decena Trágica”que empezó en su fase fundamental desde La Ciudadela, el 9 de febrero, lo cual costó la vida al presidente Francisco I. Madero, al vicepresidente Pino Suárez, a muchos de los protagonistas de ese suceso y a centenares de vecinos de la capital.
De no haber sido traicionados y asesinados Madero y Pino Suárez por Victoriano Huerta, a quien se nombró durante esos cruentos sucesos, “comandante militar de la plaza”, la vida de la nación mexicana tal vez hubiese permanecido tranquila durante el periodo para el que fue designado el “Apóstol de la Democracia”, por el voto del pueblo, y que concluiría el 30 de noviembre de 1916.
La “Decena Trágica”, con su amarga lección, enseña que lo más preciado para un país es la paz. Por haberla perdido en febrero de 1913, México sufrió una invasión extranjera el 21 de abril de 1914. Los fantasmas de la intervención extranjera, siempre al acecho, cuando ven que una nación se divide, de inmediato hacen leña del árbol caído. Esta es la amarga lección de la historia, y estudiarla solo tiene el propósito de que no se repitan errores que suelen desencadenar las grandes desgracias nacionales.
Puede decirse que México se encuentra hoy en uno de sus momentos afortunados porque, en términos generales, desde los diversos campos de las ideologías partidarias y los sectores productivos, hay consenso para trabajar unidos. Así las cosas, la paz puede y debe afianzarse para abatir carencias de toda índole.
La “Decena Trágica” llevó a nuestro país a una de las etapas convulsivas de las peores consecuencias. En un lapso de 7 años, tuvimos un Presidente que solo duró 45 minutos —Pedro Lascuráin—, para cubrir el proceso de transmisión del poder al traidor Huerta.
Luego vendrían Eulalio Gutiérrez, Roque González Garza, Francisco Lagos Cházaro y Venustiano Carranza, quien tiene en su favor el haber logrado la promulgación de la Constitución de 1917, de la cual hay pruebas irrefutables de que, en lo social, la Revolución Mexicana tiene raigambre cristiana. Mucho nos falta. Mucho hemos logrado con nuestras luchas históricas. Ello ha costado mucha sangre, vidas, desgracias y consecuencias infortunadas. Para los cambios de que tanto se habla, es necesario considerar que estos son válidos solo cuando se basan en lo que no pueden modificar. Se camina hacia adelante, no hacia atrás. Conservar lo valioso que hemos logrado, es deber fundamental. Por fortuna, los signos de la paz prevalecen en nuestra vida pública