La “Meche”, La Merced, barrio de la leyenda que se fue tejiendo entre las lechugas, las cebollas, los plátanos, los chiles secos, las ferreterías y tiendas de ropa de los judíos, las de telas de los libaneses, las de abarrotes de los españoles, las zapaterías de los turcos, los oaxaqueños y sus quesos, los toluqueños y sus chorizos, los cafés de chinos y los gusanos de maguey del estado de Hidalgo, el pulque de Tlaxcala y las memelas chilangas y un largo ¡uuufff!
El barrio de La Merced, con sus viejas casonas, antiguos conventos y templos, es la parte más antigua de la ciudad que emergió a la caída de México Tenochtitlán: la Nueva España.
Barrio tan mítico, que la leyenda nos dice que donde está la plaza Juan José Baz se posó el águila sobre un nopal para devorar una serpiente; en esa plaza hay una fuente con una aguilita en bronce. De ahí que la gente la llama “plaza de la Aguilita”.
Caminando por la calle de Talavera se llega a la de Roldán, donde se encontraba el embarcadero; ahí hay una vieja construcción del siglo XVII, la Casa del Diezmo, donde la mercancía que arribaba en canoas desde Xochimilco, Nativitas y Chalco, pagaba un impuesto, su diezmo.
En esa época comenzó a germinar el espíritu comercial del barrio de La Merced; recordemos que el mercado principal, El Parián, se encontraba en el Zócalo y el tianguis del Volador en los terrenos que ocupa la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En el siglo XVII, en la esquina de Jesús María y Uruguay, se construyó el monasterio de Nuestra Señora de la Merced de la Redención de los Cautivos, conocido como antiguo convento de La Merced, de ahí viene el nombre del barrio.
El primer mercado que hubo en La Merced estuvo a espaldas del otrora convento; ahora es un centro popular de la belleza, donde las señoras que van de compras pasan a darse una “manita” de hermosura al aire libre.
Este barrio es tan legendario como los personajes que nacieron o crecieron en sus antiguas calles, como Jacobo Zabludovsky, Mauricio Garcés, Antonio Badú, Andrés Quintana Roo o Rufino Tamayo. Ahí se respira un poco de lo que fue la Nueva España… ¡Ay, ojitos pajaritos!