WASHINGTON, D.C.- Si se revisa a fondo el tono y contenido de las referencias de altos funcionarios mexicanos hacia la belicosidad del presidente Donald Trump, habrá una especie de común denominador: la decepción. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio, en 1993, las élites gobernantes y empresariales decidieron subordinarse a los EE.UU.
Las cosas no han salido bien: el tratado se inició con George Bush padre, quien perdió las elecciones, y se firmó con un Clinton distante de México; un Bush Jr. que le molestó la falta de apoyo de Fox a su guerra contra Irak y se alejó, y a un Barack Obama arrogante que nunca se dignó a voltear hacia México. Lo logrado en materia comercial —multiplicar por diez el comercio exterior— fue por esfuerzo propio.
Cada presidente define su política comercial. Trump regresa al proteccionismo y a la prioridad estadounidense por empleos que se fueron en inversiones en el exterior. Pero en lugar de entender que vienen cuatro u ocho años de lo mismo, México sigue esperanzado a que Trump se olvide de sus promesas de campaña y se subordine a México.
Mal que bien, el tratado que entró en vigor en 1994 ha dado beneficios a México, pero lo metió en la lógica de la dependencia: nos olvidamos de restructurar el modelo de desarrollo y México se conformó con ampliar las exportaciones.
Ahora que Trump parece decidido a revisar el tratado y sacar más beneficios para los EE.UU., es la hora de que México se siente a redefinir su futuro industrial y de comercio exterior.
El mundo no se acaba si el tratado se frena. México está obligado a un esfuerzo de reconversión industrial, para no depender de productos primarios o colaterales y crear una planta industrial más consolidada. Pero es la hora en que el gobierno de Peña Nieto, pese a las amenazas reiteradas de Trump, sigue esperando que las cosas no cambien.
El tratado ayudó a aumentar exportaciones, pero faltan dos cosas: una planta industrial nacional más amplia y sólida, y una utilización del comercio exterior para romper la barrera tope de 2.2 % de promedio anual del PIB. Pero ahí es donde los gobiernos tratadistas han fallado.
Hay tiempo y espacio para convertir el enojo de Trump en una oportunidad para México.