Mientras el país quiere ser hundido en el debate de los resultados de una elección que fue vigilada por dos millones de ciudadanos, el problema de fondo ha quedado a la deriva: el diseño de una política de desarrollo para sacar al país de la crisis del estancamiento.
La confrontación del PRD-PT-MC y el movimiento lopezobradorista Morena y el propio López Obrador ha llevado al dilema de reconocer el resultado de las elecciones o decretar la invalidez del proceso, designar interino y convocar a nuevas elecciones. Lo de menos son las evidencias del resultado legal; el fondo es reventar un proceso para ocultar las derrotas.
Pero el país necesita desde ya que las fuerzas políticas institucionales se sienten a diseñar las políticas de desarrollo para reformular el modelo de crecimiento nacional y aspirar a tasas de mayor contenido de empleo. Resulta paradójico que en una de las elecciones más vigiladas por ciudadanos se impugnen elecciones por razones del viejo régimen.
Pero así es la democracia. López Obrador no está interesado en participar en las reformas para sacar al país del hoyo recesivo o de bajo crecimiento, sino que busca revalidar su liderazgo social, aún a costa de que la falta de entendimiento entre las fuerzas nacionales condene al país a más años de mediocridad en el desarrollo.
Si López Obrador se niega a aceptar el resultado electoral que dictaminen las instituciones electorales, el país entrará en otro sexenio sin acuerdos para crecer. Lo de menos es que haya candidatos que entren a participar en procesos electorales aceptando las reglas del juego y ante la derrota reclamen trampas que no caen dentro de las objeciones legales. Al final, se trata de liderazgos mediáticos y sociales que dependen de su popularidad y no de las reglas electorales.
Las posibilidades de un nuevo modelo de desarrollo que rompa con las limitaciones existentes radican en un acuerdo plural para las reformas productivas indispensables. Pero para ello se necesitan de fuerzas sociales que privilegien el futuro del país y no sus espacios electorales.
Las elecciones del 2012 fueron la oportunidad para fijar el nuevo reacomodo político; sin embargo, de nueva cuenta, como en el 2006, López Obrador carece de enfoques estratégicos de largo plazo y sólo le preocupa eludir la derrota. De ahí que prepare un larguísimo conflicto poselectoral de seis años en los que el PRD, el PT y MC se van a auto excluir de cualquier reforma nacional.
Lo que queda esperar es si el PRI y el PAN logran un pacto transicional con miras a la modernización o todos se aislarán en los espacios de la mezquindad política.