A reserva de que falta mucha tranquilidad y sobre todo información, es posible trazar el primer corte de caja de las elecciones presidenciales de México, el pasado 1 de julio. El saldo de mayoría absoluta a Morena fue un regreso al pasado priista. Y no por nostalgia, sino porque el ciudadano supuso que la democracia, a partir de 1982, iba a ofrecer mejores condiciones de bienestar.
La crisis electoral de 1988 mostró el desafío de la pluralidad. Y ahí estuvo el mismo elemento de ahora: la gente confiaba en el PRI en cualquiera de sus expresiones, dentro y fuera del partido. Cárdenas salió del PRI y conquistó el 31 % de los votos. Pero apenas se convirtió en PRD y un discurso radical, el elector lo castigó con un regreso a 16 %.
López Obrador nunca fue un radical; en realidad, usó un lenguaje duro contra el PRI, pero desde el discurso del PRI. En el 2006 y el 2012 recuperó el 30 % de Cárdenas, en tanto PAN y PRI lo rebasaron por el radicalismo callejero de sus propuestas.
La política tiene sus coordenadas: cuando la minoría marginada se convirtió en mayoría y el PRI y el PAN no ofrecieron una opción al costo social del neoliberalismo globalizador de mercado, López Obrador se convirtió en el salvador social. Desde la caída de Peña Nieto en las encuestas, a finales de 2014, López Obrador se colocó arriba en las tendencias electorales para el 2018.
Las propuestas del tabasqueño se movieron en el espacio político e ideológico del PRI: atender la marginación, acabar con la corrupción del poder y castigar a las élites con bajas en los salarios. Es decir, recurrió al imaginario colectivo del sistema político: el viejo populismo social. Mientras tanto, el candidato del PRI no anunció ningún cambio en la política económica y su alto costo social, y el candidato del PAN de plano se fue hasta la estratósfera con su bandera de cambio de régimen, necesario, pero que nadie entendió y los electores no lo registraban en sus radares.
Las primeras semanas de López Obrador como candidato ganador han sido claras: castigar a los funcionarios, no cambiar el modelo económico y aumentar programas asistencialistas. Por tanto, el mandato de los votos fue claro: cambiar de presidente y de partido para que todo siga igual, aunque con menos costo social.