Antes que otra cosa, Hugo Chávez fue un político forjado en la lucha, nacido de una formación política marcada por la demagogia tardía de los noventa y acicateado por el afán de trascendencia histórica. De ahí que su herencia haya quedado acotada por las limitaciones que en vida fueron paradójicamente sus posibilidades.
Los políticos que se entienden solamente con la historia suelen ser juzgados duramente por la propia historia. Chávez quiso ser la reencarnación de Simón Bolívar, doscientos años después, y solo tendrá un lugar momentáneo como cadáver momificado al lado del libertador hasta que llegue a Venezuela otra corriente política.
La desmesura de Chávez no fue encabezar una revolución política en Venezuela ni ser empujado por Fidel Castro como su sucesor en el liderazgo revolucionario simbólico, sino dialogar solamente con Dios y con la Historia. Pero la vida misma suele enfrentar el espejo de la realidad y regresar a los humanos a su modesta dimensión terrenal.
Bolívar fue un hombre de su tiempo, Lenin quedó plastificado hasta el desmoronamiento de su sueño comunista, Castro padece el largo y doloroso otoño de dictador tropical. El problema de estos hombres con su tiempo no fueron sus ideas —por muy radicales que fueran en su momento—, sino el hecho dramático de que —como Chávez— quisieron ser más inmortales que sus propuestas revolucionarias.
Chávez será juzgado por la historia una vez que pase la parafernalia de su deceso por enfermedad y la adoración sentimental llevada al paroxismo. Como suele ocurrir, la consolidación de sus saldos —las ideas menos la realidad— arrojará un posicionamiento más modesto, mucho menos que los padres fundadores: un político populista, mediático, sin profundidad sistémica fundadora, beneficiario del petróleo, socialista tropical sin lucha de clases.
Lo que viene para Venezuela es el reencuentro con la realidad. Chávez sí pudo haber modificado la historia latinoamericana pero se negó a ver hacia adelante, quiso leer las expectativas de la región con los ojos de la miopía de Fidel Castro y se agotó en programas asistencialistas de cortísimo plazo.