Hasta ahora, lo único que sabemos de los propósitos gubernativos de Donald Trump es lo que él mismo ha declarado: la extensión, hasta su conclusión, del muro que ya existe en la frontera con México; la deportación de algo así como 11 millones de mexicanos indocumentados; la renegociación o el repudio de la parte mexicana del TLCAN para corregir el déficit comercial estadounidense con México, y evitar el ingreso de nuevos migrantes indocumentados, mexicanos o no, a Estados Unidos.
No sabemos, desde luego, cuándo las palabras de Trump pasarán a ser hechos. Pero esas tareas se antojan colosales.
Y su puesta en práctica requiere de mucho tiempo y de un conjunto de recursos y aliados políticos que no se ven por ninguna parte.
Pero lo que sí se ve es el conglomerado de obstáculos y adversarios de esos propósitos. Y no solo eso, sino el también colosal conjunto de enemigos de otros objetivos del magnate y de él mismo.
Trump está enfrentado con los grandes medios de comunicación impresos y audiovisuales de su país y tiene en contra a Hollywood. Dicho en otras palabras, no cuenta con esos dos grandes y tradicionales voceros y reproductores de la ideología y la política de Washington.
En el frente anti-Trump, asimismo, están las iglesias más combativas. Y suman decenas o centenas de millones las mujeres de todas edades, raza, religión y condición social que se oponen a los designios trumpianos. Y se enfrentan al magnate, igualmente, las comunidades latina, afroamericana, oriental, musulmana y de piel roja.
Y por si fuera poco, Trump tiene también en contra a la comunidad de Inteligencia y a la policía política. Y lo mismo puede decirse de muchos gobernadores y alcaldes, de las más prestigiadas universidades, de los altos mandos del ejército, de la intelectualidad progresista y de sectores del Congreso.