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Tres taquitos al pastor
El invento-descubrimiento de la agricultura puede ser datado en diez mil años de antigüedad. Ésta debe ser, más o menos, la antigüedad del maíz mesoamericano. Y sólo de un poco menos, digamos ocho mil años, la del cultivo del frijol.
Pero maíz y frijol silvestres, es decir, no cultivados, debieron ser la alimentación básica del hombre americano desde su aparición en estas tierras de Anáhuac hace veintidós mil años. Y lo que se dice para el maíz y el frijol puede afirmarse para el chile y la papa.
La combinación de estos cuatro productos siempre ha sido fuente de nutrición y energía. Y ha sido, desde siempre, la base de la alimentación del pueblo mexicano.
Maíz, frijol y papa son, por si alguien lo ha olvidado, alimentos ricos en carbohidratos. Y, sin embargo, la obesidad nunca fue un problema en Mesoamérica.
Es cierto, desde luego, que aquella base de la alimentación mexicana fue ampliada y enriquecida con la llegada de los conquistadores españoles. Pero ese cambio cualitativo tampoco generó las legiones de gordos que hoy y desde hace más o menos cincuenta años empezaron a poblar estas tierras.
Curiosamente, la aparición de la obesidad generalizada coincide, en México y en el planeta, con la enorme oferta alimentaria característica de los últimos sesenta años.
Estos datos permiten pensar que el problema de sobrepeso y obesidad no es tanto una cuestión de calidad de la comida como de la cantidad ingerida. Nadie engorda por comerse tres taquitos al pastor. Pero la cosa cambia radicalmente si en lugar de tres son ocho o diez.
No hay gordo, pues, que sea inocente. Pero el gordo no nace, se hace. Y la fabricación de gordos empieza, sobre todo en el caso de los niños, con las raciones abundantes o excesivas.
En la cantidad y no en la calidad de los alimentos está la raíz sobrepeso y obesidad. Y en la simple disminución de las raciones puede estar la solución del problema.
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