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Ni agüitas ni polvitos
Durante milenios, la historia humana fue una historia de dolor. De dolor físico. De muelas, de cabeza, de parto. Por heridas, por fracturas, por golpes. El dolor era compañero inseparable del hombre.
Pero eso fue antes. Hace más o menos 150 años que el dolor comenzó a extinguirse. Y hoy ya no existe. Al menos cual compañero inseparable. Porque a veces se presenta por ahí. Sólo que más tarda en aparecer que en esfumarse.
La taumaturgia que obra el milagro se llama analgésicos. El más conocido es la famosa aspirina, nombre comercial del ácido acetilsalicílico, un compuesto químico derivado de la corteza del sauce blanco, producto vegetal utilizado desde los tiempos de Hipócrates para bajar la fiebre y como antiinflamatorio y analgésico.
Hoy, sin embargo, la aspirina ya no es la reina de los analgésicos. Actualmente existen muchos y mejores productos químicos para el alivio del dolor. No yerbitas, emplastos o cataplasmas. Tampoco agüitas, polvitos, agujitas o chochitos de curanderos, homeópatas o brujos.
Desde la aparición de la aspirina, el alivio del dolor es posible por la existencia de compuestos químicos. De modo que la actual inexistencia del dolor es fruto del desarrollo de la química.
Y no sólo los analgésicos son fruto de la química. También lo son los antibióticos, los antivirales y los fungicidas. Y lo mismo puede decirse de las vacunas y los insecticidas.
Pero hay más de este nexo entre química y medicina. La diabetes se trata y controla con productos químicos como la insulina. ¿Y qué son los antiácidos, los anticonceptivos y los milagrosos fármacos que disuelven coágulos en las arterias sino productos químicos?
¿Y qué decir de la moderna anestesia sin la cual serían imposibles las asombrosas cirugías que hoy son pan comido? Es igualmente un producto del desarrollo de la química. ¿Puede alguien negar, en consecuencia, que la base de la medicina científica es la química?
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